Por Publicado el: 29/06/20222 de lectura mínima

Muchos han dicho de estos tiempos que es una época de cambios, pero más bien es un cambio de época. La irrupción tecnológica ha transformado todos los ámbitos, tanto privados, como empresariales y de negocio. La revolución digital ha creado una lucha feroz por el mercado de la atención.

Se han multiplicado los «speakers» y las audiencias, no hay una diferenciación clara entre ellos y tanto el poder como los medios de comunicación tradicionales han perdido la “autorictas” o la credibilidad total de la que gozaban antes. Ello ha provocado una crisis generalizada de la intermediación, donde miles de actores pugnan por conseguir la atención de sus públicos, ahora transmutados en «seguidores«.

Como bien señalan los expertos, se ha pasado de una democracia de partidos a una democracia de audiencias, consecuencia directa del uso y popularización de redes sociales que han posibilitado el acceso a un número ilimitado de versiones de la realidad. Esto ha hecho que se pierda el “mundo público común”, donde hasta ahora la prensa tradicional hacía de «gate keeper» o guardián, definiendo qué era y qué no era noticia. Hoy la viralidad ha sustituido a la veracidadInfluencers u opinadores ejercen, o eso pretenden, de prescriptores de marcas o empresas, como si cantidad de reacciones fuera equiparable a calidad.

La conexión con la verdad, o mejor dicho con la objetividad, se rompe en manos del diletante, mientras que el profesional de la información, el periodista, formado en un oficio tan imprescindible como denostado, tiene aún la misión de conservarla.

Las empresas invierten miles de euros en colocar su mensaje en ese mundo líquido de lo viral, lo inmediato, y lo fugaz (o sea, el «contenido«), mientras descuidan a veces la construcción de su reputación a través de información sólida, solvente, que permita a los medios trasladarla a la sociedad, con rigor y con contraste.

En ese escenario, los dircom tenemos el papel de disuadir, convencer, explicar y reforzar la trascendencia de esa información, mientras los periodistas contrastan, preguntan, averiguan, indagan, cuestionan, y finalmente publican. De ese baile complejo nace la información empresarial y de negocio, donde las empresas encuentran siempre la mejor prescripción: la de la objetividad y el riesgo de someterse al escrutinio de la realidad.